Con otros ojos

Miércoles, semana a medio remar, me levanté como siempre imaginando que se trataba solo de una día mas. Pie izquierdo sobre el suelo, como de costumbre debido a la posición de mi cama. Con la tranquilidad que me caracteriza solo cuando me levanto, me fui a la cocina a comer algo antes de salir para el laburo. Al abrir un poco mas los ojos noto que, como dice una canción “ni un maní para mascar”. “Y bue que va a hacer” me dije y me perfilé hacia la vereda con la luz del tanque de mi panza prendida.
Ahí estaba nomás el Dodge, ¡y claro! ¿Quién se lo iba a querer robar?
Atiné a limpiar con la mano la escarcha del vidrio, hacia meses ya que no le funcionaba el limpia parabrisas. Al darle contacto amenazó con dejarme a pata y después de las mil y un puteadas que le escupí, casi como por arte de magia, arrancó.
Me desvié un par de cuadras del camino tradicional para comprar unas facturas. Al ver que estaba cerrado empecé a convencerme que este no sería un buen día…
Si hay algo que me gusta de mi trabajo es la dinámica de no hacer todo el tiempo lo mismo, eso me entretiene la cabeza, me hace sentir útil. Pero en ese día de miércoles las cosas no salían como lo esperaba y pasé a sentirme un inútil poco dinámico. Llegando a un punto máximo de nerviosismo cuando a un rulemán se le dio por no querer desclavarse, golpeé con todas mis fuerzas pero con muy poca técnica, mas bien de forma desaforada, como quien se descarga por medio de algo; Como suele suceder en mi ámbito laboral no se tardaron en lloverme “amables invitaciones a retirarme” por parte de mis compañeros, que para media mañana ya estaban un poco cansados de mi mal humor.
Ya por la tarde me volví de la facultad un tanto cabizbajo por el desaprobado rotundo en un parcial, no era la última instancia, pero si volviera a ver mi cara en ese regreso a casa podría asumirse como algo trágico.
Recordé entonces que me había prometido a mi mismo ir al policlínico a visitar a Ariel. Hacia meses que estaba postrado en una cama producto de un accidente cerebro vascular.
Fue mi primer amigo de la infancia, y como todo niño dotado de mucha imaginación un amigo es mas allá que un simple mote, es también un aliado, un guerrero, un compañero de todo tipo de juegos y aventuras, típicas de un purrete tan inquieto.
Decidí ir caminando y darle un descanso a el maltratado 1500. Al acercarme a la calle me quede perplejo viendo como un auto de alta gama doblaba a fondo por la esquina salpicando prácticamente toda el agua con mugre depositada en la bocacalle sobre mi ropa. ¡Que manera de calentarme! El hecho de que sea un Audi me hacia embroncar mas todavía, ridículo, ya que si hubiese sido una playera me hubiera enojado igual.
Y por si algo le faltaba a este día de miércoles, se largo a llover. Normalmente disfruto de esto caminando sin reparo mientras el agua cae, pero mi poca predisposición a disfrutar hasta de lo más simple hacia que todo se volviera en mi contra. Llegué por fin hasta el hospital, deambulé por los distintos edificios hasta que logré saber en que habitación habían reubicado a mi amigo. ¿Ascensor? de ninguna manera, estaba roto, no estaba de racha, había que usar la escalera, que dicho sea de paso estaba siendo baldeada durante mi repentino ascenso.
Y si, el universo estaba contra mi, ya no quedaban dudas de eso, nada me hacia sacarme esa idea de la cabeza. Ni siquiera el amor de mi vida. Gimnasia venia de mal en peor y todo hacia indicar que quizás con algo de suerte estaríamos jugando por primera vez la tan temida promoción.
Al ingresar al pasillo principal del pabellón pude ver al otro extremo a Marta, la mamá de Ari. Caminé tímidamente hasta aproximarme a ella. Ahí estaba nomás firme como un soldado de guardia, intacta, tardó unos instantes en saludarme, ya que a juzgar por sus anteojos pudo reconocerme recién cuando me acerque a ella. Mi timidez era entendible, por esas cosas de la vida me distancié de Ari, al mudarme de barrio y cambiarme de colegio. Cuando sos chico un barrio puede transformarse en un mundo completamente distinto, y ni hablar de otro colegio. Mi intención era saber si podía ayudar en algo en tan difícil momento, pensé que quizás el hecho de que él me viera, mágicamente algún recuerdo remoto le hiciera tener un avancé con este problema. Hacia un par de meses había logrado abrir los ojos y pestañearlos, ese era el panorama en ese día de miércoles…
Me recibió Marta con un calido beso y luego un abrazo, me preguntó como andaba y me limité a decirle cobardemente: bien. Mientras respondía no podía entender la sonrisa con la que ella se mostraba, después de preguntarle cómo estaba, se dispuso a contarme que estaba ¡mas contenta que nunca! ¿Por?, contame, atine a opinar, mientras no comprendía por que tanta algarabía, me anticipe al pensar que quizás Ariel ya estaría jugando a la pelota, o yendo al Bosque a ver a nuestro amado Gimnasia. Interrumpiendo mi delirio Marta, exaltada por cierto, me cuenta que ayer había sido su cumpleaños, y que había recibido el mejor regalo que alguien le podría haber dado: “Ayer vino a hacerle un control a Ari la neuróloga del hospital, le hizo una prueba muy importante: le introdujo a mi hijo un chupetín en la boca y después de darle la orden de que lo chupara, ¡él respondió cerrando su boca!”
En ese instante pude comprenderlo, me sentí despabilado al recibir una ola de razonamiento contra un espigon de hormigón. Atónito por un momento le sonreí a la mama de Ari mientras volteé mi mirada, tratando de observar lo que había sido mi día, recordando como hasta lo mas absurdo horas atrás parecía atosigarme.
Desde ese instante mi forma de ver el mundo cambió, hoy pienso en ese instante cada vez que me siento mal por algo, cada vez que me dejo llevar por alguna circunstancia olvidándome de lo esencial, cada vez que eso sucede me permito mirar la vida con otros ojos.

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2 respuestas a Con otros ojos

  1. tio Edu dijo:

    Me gusto mucho lo que escribistes, es toda una leccion de como se debe vivir. Un abrazo grande Tio EDU

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